Menos energías fósiles y más electricidad supone una explosión de la demanda de litio, cobalto, níquel y cobre. Es un tema que preocupa a los inversores, que dudan entre cuestiones climáticas, riesgos económicos y problemáticas medioambientales y de derechos humanos.
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Estos “metales críticos de la transición energética” centrarán el encuentro de la Agencia Internacional de la Energía (AIE), organizado el 28 de septiembre en París.
El Litio
La demanda de litio, un compuesto esencial de las baterías de los coches eléctricos, podría multiplicarse por nueve entre 2022 y 2050, según proyecciones de la AIE, después de haberse ya triplicado en los cinco años anteriores.
En el mismo periodo, las necesidades de cobalto pasarían de 171.000 a 524.700 toneladas, y las de níquel subirían 120%.
Aunque las inversiones en el sector minero aumentan, dice la AIE, siguen siendo insuficientes, según un informe publicado en julio por la agencia, que también se preocupa por la fuerte concentración de nuevos proyectos en un número muy reducido de países.
“Es un gran problema, observamos carencias importantes en las materias primas”, muchas de las cuales son cruciales para la creación de baterías, redes eléctricas o aparatos electrónicos, señala Jason Schenker, presidente y fundador de Prestige Economics, un gabinete en Estados Unidos sobre previsiones económicas.
De 15 a 20 años para abrir una mina
Partiendo de esta base, la empresa sueca de gestión AuAg Funds, ya especializada en metales preciosos, ha creado una cartera de inversiones dedicada a los “metales esenciales”.
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El dinero destinado a este fondo es invertido en acciones de empresas del sector minero que cubren todos los metales considerados cruciales por AuAg, como el cobre, la plata, el aluminio, el litio, el uranio y el cobalto, explica a la AFP Christopher Svensson, uno de los fundadores.
Para respetar la reglamentación financiera, no pueden invertir directamente en un proyecto preciso, sólo en empresas.
No obstante, son las nuevas “minas, fundiciones y refinerías” que son “necesarias” para lograr los objetivos de transición energética, advierte Schenker, especialista en materias primas.
Las necesidades de inversión son además “muy difíciles de evaluar ya que cada proyecto de nueva mina necesita muchísimo dinero y requiere años antes de que realmente empiece a general rendimientos”, agrega.
“Los procedimientos reglamentarios son muy complicados, se necesitan de 15 a 20 años para abrir una mina”, confirma Svensson.
Compromiso y sacrificio
Otra cuestión es la problemática en materia de derechos humanos y contaminación medioambiental que genera la extracción minera.
Se trata, por ejemplo, del riesgo que corren los trabajadores en ciertas minas, la destrucción de hábitats naturales o el impacto negativo en la población local, además de las emisiones de carbono de las plantas de producción y refinado.
“Si eres un fanático de la sostenibilidad, imagino que es difícil ver que el futuro de la energía limpia necesita compromisos, más minas, y que puede implicar más impactos negativos”, admite Schenker.
Los inversores ESG (que siguen criterios ambientales, sociales y de gobierno corporativo) tienen problemas para ver qué factor de estos se “sacrifica” para llegar a la transición energética, confirma Margot Seeley, analista ESG de ABN AMRO Investment Solutions.
AuAg asegura que sigue una política estricta en la selección de sus empresas y, para Svensson, sin la documentación ESG precisa que proporciona, “los inversores institucionales no podrían invertir” en su fondo.
“Queremos empresas que extraigan metales de la mejor forma posible a nivel medioambiental”, reitera Svensson.