El papel húngaro en la guerra de Ucrania y las políticas anti LGTBI, entre los ejes de la campaña
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MADRID, 2 (EUROPA PRESS)
Cuando Viktor Orbán llegó al poder en 2010 lo hizo por la puerta grande, con un nivel de apoyo inédito en democracia. Doce años después, los húngaros están llamados de nuevo a dirimir en las urnas si quieren que el líder de Fidez siga llevando el timón de un país que se reivindica como conservador y que se ha visto abocado a hacer equilibrios políticos y dialécticos por la guerra de Ucrania.
Los sondeos anticipan un escenario reñido, marcado en gran medida por unos indecisos que parecen alejarse de partidos minoritarios y que podrían terminar de consolidar un bipartidismo entre el Fidesz de Orbán y la plataforma opositora Unidos por Hungría, que aglutina a seis formaciones y tiene como abanderado a Peter Marki-Zay, vencedor de las primarias en busca de un frente común.
Marki-Zay, alcalde de la pequeña localidad de Hodmezovasarhely y de ideología conservadora, aspira a aprovechar la mayor oportunidad reciente de arrebatar el poder a Orbán, si bien las encuestas sitúan a su coalición ligeramente por detrás. Sí parece claro, no obstante, que Fidesz tiene más complicada la supermayoría parlamentaria de la que viene gozando.
Unos ocho millones de personas determinarán el reparto de los 199 escaños del Parlamento, que se compondrán mediante un sistema mixto: 106 de los diputados saldrán de circunscripciones uninominales, mientras que los 93 restantes se repartirán entre los partidos que hayan obtenido más del 5 por ciento de los votos a nivel nacional –el 15 por ciento en el caso de alianzas como Unidos por Hungría–.
La Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) ha enviado una misión de observación para estos comicios, un gesto poco frecuente para un país de la UE y que tiene que ver, entre otras cosas, con el temor a la influencia de Orbán en sectores que teóricamente deberían ser independientes, como la prensa.
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No en vano, una de las críticas recurrentes contra el actual Gobierno, tanto por parte de la oposición como de observadores internacionales, es que el entramado de Fidesz trasciende ya a la política y alcanza a prácticamente todas las instituciones, incluida también la justicia.
En los últimos días de campaña, además, han surgido críticas sobre el voto por correo y la oposición ha reclamado que se anule todo el sistema tras la aparición de supuestas papeletas abandonadas en la vecina Rumanía.
REFERÉNDUM
Una de las improntas que ha dejado los doce años de Orbán en el poder tiene que ver con la promoción de políticas marcadamente conservadoras. El mandatario húngaro no dudó en cargar contra la apertura de fronteras en la crisis migratoria europea de 2015, ha limitado la actividad de universidades y organizaciones supuestamente dirigidas desde el exterior y ha perseguido el contenido LGTBI.
Precisamente este domingo se celebrará también un referéndum en el que los húngaros deberán decidir si se pueden exponer en escuelas contenidos relativos a la «orientación sexual» o el cambio de género, con cuatro preguntas concretas que resumen las controvertidas leyes promovidas por el Gobierno en la legislatura saliente.
Orbán ha justificado estas reformas en el derecho de los padres a determinar la educación de los niños y se ha erigido en defensor de los valores tradicionales no sólo en Hungría, sino también en Europa. De hecho, el Fidesz rompió con el Partido Popular Europeo (PPE) y ha estrechado lazos con la ultraderecha de Marine Le Pen o Matteo Salvini por no defender esos valores.
Además, el respeto al Estado de Derecho ha enfrentado a Budapest con Bruselas, que cuenta ya con el aval del Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TUE) para congelar fondos comunitarios a países que se alejen del orden democrático.
Se trata de una medida que el Parlamento Europeo ha pedido ya se aplique a Hungría, pero que el Ejecutivo comunitario se resiste a aplicar, más desde que el Gobierno de Orbán dejó a un lado su habitual rechazo a los refugiados para permitir la entrada de miles de ucranianos –más de 300.000 ya, según datos de la ONU– que huyen de la invasión rusa.
PUTIN, EL AMIGO INCÓMODO
Orbán no ha ocultado su sintonía con el presidente de Rusia, Vladimir Putin, con quien se reunió en Moscú a principios de febrero. El inicio de la ofensiva sobre Ucrania, sin embargo, le ha obligado a modificar discurso y posiciones, de tal forma que quien estaba considerado como el líder de la UE más pro Putin se ve ahora abocado a hacer equilibrios.
Tras el inicio de la invasión rusa en territorio ucraniano, Budapest se vio obligado a aclarar que no bloquearía las condenas contra Moscú en el seno de los Veintisiete, ni tampoco las primeras baterías de sanciones. La línea roja de Orbán está en la energía rusa, de la que Hungría depende en gran medida.
Asimismo, ha insistido por activa y por pasiva que Hungría no puede verse «arrastrada» a la guerra en Ucrania. «No es nuestra guerra», declaró en una reciente entrevista, antes de insistir en que Hungría –país miembro de la OTAN– no enviará armamento al país vecino ni tampoco permitirá que pasen armas por su territorio.
Orbán no ha dudado incluso en responder públicamente al presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, que interpeló expresamente a Hungría en busca de más ayuda durante su discurso la semana pasada ante el Consejo Europeo. «Hungría es lo primero», espetó el mandatario.
Para Marki-Zay, este tipo de posicionamientos causan «vergüenza» y, de hecho, le ha pedido a Orbán, el «amigo de Putin», que rompa cualquier lazo con el Kremlin. El líder opositor ha lanzado también numerosos gestos de apoyo a Zelenski y a la OTAN, marcando distancias con las actuales autoridades, si bien esta misma semana anunció una querella contra el ministro de Exteriores por dar por sentado un contubernio secreto con Kiev que implicaría el envío inmediato de armas en caso de derrota de Orbán.
La alianza opositora tiene entre sus principales lastres haberse compuesto específicamente para la ocasión, lo que ha dado como resultado una amalgama en la que se mezcla la izquierda tradicional y la ultraderecha, pasando por los liberales. El Gobierno, de hecho, se ha esforzado por presentar a su principal rival como un bloque ‘contra natura’, a merced incluso de intereses externos.
El sistema electoral, que el Fidesz habría redibujado también a su favor, tampoco favorece a las aspiraciones de la oposición. Los analistas estiman que necesitaría tener una ventaja de varios puntos porcentuales sobre el oficialismo a nivel nacional si quiere arrebatarle bastiones que tradicionalmente se han inclinado por Orbán, algo que al menos las encuestas no han detectado.