“¿Qué le pasa a una industria cuando todo el mundo se cansa de idolatrar a gente rica y blanca?”, se preguntaba la periodista Amanda Mull en The Atlantic al hablar de cómo la industria de la moda, al menos en Estados Unidos, había interpretado el clímax de un proceso en el que muchas marcas y medios solo se quedaban en intenciones. ¿La moda llegó tarde a lo que pasa en el mundo?
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Porque luego de lo que pasó con la muerte de George Floyd este año salieron a flote décadas de tensiones sociales y raciales en aquel país y antes de eso, en la moda muchas marcas aprendieron (generalmente a las malas) que la representación importaba. Gucci, H&M, Dolce & Gabbana; la lista es enorme.
¿La moda llegó tarde a lo que pasa en el mundo?
Pero solo por presiones de un público que esta vez, más despierto, no dejó de recordarles sus disculpas, sus errores y, sobre todo, su falta de diversidad racial y de representación ante una industria que ya no veneran como antes.
“Es el peor momento para vender elitismo europeo desde la Revolución Francesa. A medida que Estados Unidos se ha agitado con el aumento del desempleo, las muertes masivas y las protestas contra la violencia estatal racista, la moda ha tenido que lidiar con acusaciones que durante mucho tiempo se negó a dignificar con una respuesta”, suscribía Mull.
Así se refería a las excusas de Anna Wintour al no tener más diversidad en Vogue (cosa que su ex amigo y antiguo editor de la revista André León Talley tachó de falso, para ser amables), y la renuncia de CEOs y figuras de la moda como Yael Aflalo, de Reformation, Leandra Medine, fundadora de The Man Repeller y la editora de Refinery 29, Christene Barberich. Todas las tres marcas tenían en común tener prácticas racistas denunciadas por los trabajadores.
Por otro lado, la famosa cuenta Diet Prada, en aquellos días, pasó al patíbulo a cada una de las marcas, de todos los rangos de mercado, que decía apoyar al movimiento Black Lives Matter, pero cuyas prácticas eran racistas. Incluso a diseñadores afroamericanos como Virgil Abloh, ampliamente criticado por cuestionar los daños que hicieron a tiendas de diseñadores. Su redención vino en forma de otro hoodie apoyando a la causa.
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Quizás esto no sea suficiente
Porque la moda tiene un largo historial de agresiones racistas y estereotipos: Gucci hizo un sweater blackface. H&M sacó en una foto a un niño afro como un mono. Dolce & Gabbana se atrevió a ofender a su mayor población de consumidores, los chinos, con un comercial humillante y racista. No ayudó mucho a la marca el racismo y misoginia de Stefano Gabana. Y la firma italiana ha tratado de redimirse con sus donaciones e incluso con su nueva campaña, pero los chinos no olvidan.
Y ,si hablamos de publicaciones, Vogue puso a LeBron James como un King Kong al lado de Gisele Bundchen, también hizo blackface en 2013 y poca ha sido la representación afro que ha tenido en sus portadas. Su última redención: Simone Biles fotografiada por Anne Leibovitz. Sin embargo, muy pocos le creen, por más buenas intenciones que tengan, en la era de la cultura de la cancelación y aún más, cuando la gente ya demanda, como dice Mull, respuestas.
Entre el respeto y la apropiación
Y es que la moda ha tomado mucho de la cultura negra para blanquearlo y apropiárselo: desde el hip hop hasta lo que hizo Dapper Dan, diseñador de Harlem (que colaboró con Gucci). También sus expresiones, sus formas de ser y verse incluso en lo digital. Esta es otra reclamación que en tiempos donde la gente pide ser representada por sus propias historias, pocas marcas han sabido manejarlo.
Como Nike, que en los días subsiguientes a la muerte de Floyd (incluso Adidas se les unió) invirtió su famoso eslogan “Por una vez, no lo hagas”, que urgía a los consumidores a cuestionar su racismo.
Nike ya se había posicionado, fuertemente, contra el racismo al apoyar al jugador de fútbol americano Colin Kaepernick, lo que desató la ira de furiosos trumpistas quemando sus zapatillas alrededor del país. Esto no afectó a la compañía, que incluso obtuvo tres mil millones de dólares por la campaña.
Sin embargo, falta mucho por aprender. La mayoría de industrias de moda, sea en grandes capitales o mercados emergentes, aún, como lo señalaba Amanda Mull y como se ven en casos virales de apropiación, discriminación y malos tratos, sigue siendo blanca, elitista y profundamente excluyente; marcas y medios incluidos.
“Es impresionante aún que marcas como Gucci no se den cuenta de que un suéter con blackface está mal, y todas esas cosas se derivan de no tener audiencias ni staff diverso en tu equipo de trabajo”
Y les ha costado aprender con sangre, aunque falta aún en el mercado y en representación que exista un cambio real para muchos consumidores que sin trabajo, sin seres queridos probablemente por la pandemia, sin ingresos y con un futuro atroz por delante cuestionarán imágenes de moda que no los representen y peor aún, que ofendan todo lo que son. Mala época para seguir vendiendo privilegio.
5 preguntas a…
Jennifer Varela, experta en moda, MA en Fashion Studies, Parsons
¿Por qué los consumidores han sido más escépticos cuando marcas y medios se unieron a la causa Black Lives Matter?
–Todo tiene que ver con el contexto. Nos estamos despertando todos los días ante audiencias que están más informadas, ante audiencias que ya no tienen los medios tradicionales para consumir contenido y tienen otras formas de consumirlo en un contexto supremamente globalizado. Y, ante el tema de las tensiones raciales y sociales en Estados Unidos la gente se ha dado cuenta de todo lo que ha pasado. Como tenemos una audiencia más despierta, esta se ha dado cuenta de que los medios tradicionales no siempre abordaron las coyunturas de una manera profunda y real.
Por ejemplo, en el caso de Vogue con Simone Biles como portada, es la tercera afroamericana en portada en su historia. ¿Por qué eso sigue siendo disruptor en 2020? La gente entonces cuestiona que si ahora lo hacen no quiere decir que en verdad hagan algo por la causa.
Además, siempre está el punto de que tan profunda y real es la intención. Cuando pusieron a una modelo plus size, todas eran blancas y heteronormadas. Lo mismo pasó con las personas afro que salieron en Vogue. Cuando la revista apoyó a Hillary Clinton, la gente se pregunta, ahora con esto, si solo lo hacía porque era blanca.
¿Crees que la moda tradicional abordó tarde –y mal– las coyunturas sociales?
–Sí, llegó tarde a estos temas especialmente porque no le sirve a los consumidores diversos. La alta moda, el lujo, siempre le sirvió a una clase de gente más bien blanca, delgada, heteronormada, gente con privilegios que nunca tuvo que cuestionarse lo que está pasando. Cuando se quemó Notre Dame, esas marcas fueron las primeras en rescatar “el arte”, como lo conocemos en nuestra historia, ya que es lo que hace parte de la cultura de ese tipo de personas.
Los temas sociales nunca fueron de la importancia de esta gente hasta ahora que tenemos un mundo más globalizado y una audiencia más amplia, en la que una persona puede comprar artículos de lujo y se dieron cuenta de que la pañoleta de Hermés tiene motivos racistas desde siempre, y se venden y se celebran. Es impresionante aún que marcas como Gucci no se den cuenta de que un suéter con blackface está mal, y todas esas cosas se derivan de no tener audiencias ni staff diverso en tu equipo de trabajo. Por eso, claro que la moda llegó tarde.
Y hasta ahora se está tratando de poner al día, pero no se pone al día como debería ser. Veía que la jefa del departamento de inclusión de Chanel es rubia y blanca, por ejemplo. No hacen esfuerzos para ponerse a la par de las audiencias que exigen más inclusión. Les falta mucho para eso.
¿La moda debe responder a las coyunturas sociales ?
–Yo no creo que haya que exigirle respuestas a la moda porque ya no son las mismas personas las que la están consumiendo. Si estamos hablando de una cosa súper exclusiva, de nicho, que consumen cinco personas en el mundo tal vez sea mucho pedir que tengan conciencia social. Pero vivimos en un mundo tan globalizado que es imposible que existan aún personas que no sepan que hay cosas que no deben hacerse.
Yo no creo que sea descabellado: exigirles respuestas rápidas sí se sale de contexto, pero a estas alturas, las marcas que no despierten y no estén aceptando su pasado inclusive tal vez racista, colonial capitalista, están en nada.