Hace un año, este mismo medio documentaba en un reportaje lo que eran 24 horas de un peregrinaje diario por la supervivencia en el país, traducido en: filas largas, escasez y miseria. Desde entonces, un año y medio después, hacemos una retrospectiva de la crisis y nos encontramos con un país cuya situación ha cambiado de manera drástica en los últimos seis meses: al colapso en la producción, el deterioro en los ingresos, y los niveles de vida y salud, se suma la aparición de escenas de hambre, desesperación, caras largas y desesperanzadas y lo más lamentable: la resignación.
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Así nos lo asegura Isabel, una de las caraqueñas entrevistadas en ese entonces, con quien nos volvimos a contactar y quién, ahora embarazada de seis meses, nos presenta la aterradora realidad que significa para una gestante vivir en Venezuela.
«El temor para cualquier mujer embarazada es saber que en cualquier momento estás completamente desprotegida, la terrible opción de que las cosas empeoren y tú no puedes pagar un parto, te puede tocar algo tan bajo, que el nacimiento de un niño sea algo tan espantoso como en una sala de espera, sin ningún tipo de atención plena, sin seguridad ni limpieza», relata Isabel.
– Las condiciones para una embarazada-
Durante su discurso anual al país, Maduro anunció que las mujeres embarazadas recibirían un pago de 700.000 bolívares por mes. Podría parecer mucho dinero, pero lo cierto es que esta suma equivale a apenas a 3,83 dólares bajo la tasa de cambio actual. Y es que, a la carencia de alimentos y medicinas, se suma una espiral hiperinflaccionaria que pulveriza el sueldo y que ha hecho que el salario mínimo, que Maduro aumentó seis veces en 2017, alcance apenas para un kilo de carne y un cartón de 30 huevos y en el caso de las mujeres embarazadas, conseguir unas condiciones mínimas se convierte en una misión cuesta arriba.
«Prácticamente no tienes ni para pagar una cita mensual tomando en cuenta el salario mínimo», relata Isabel, que asegura que «no llega ni a los 500.000 bolívares, que son como 3 ó 4 dólares, juntando, incluso, bono alimentario y el salario como tal, y yendo a la atención médica privada, que es la que funciona, un control médico normal te sale 500.000 bolívares la cita», puntualiza.
Faltan medicinas básicas, no ya en las farmacias sino, incluso, en los hospitales: «El calcio por ejemplo, si es que lo encuentras, cuesta 200 mil bolívares, y si lo pones al lado de tu salario mínimo tu dices, bueno, le doy de comer a mis otros hijos o me tomo el calcio para mi bebé que viene en camino, entrando en un grave dilema», sentencia.
Y sigue: «Conseguir pañales, leche, medicinas y vacunas, una misión imposible; los exámenes de sangre, los básicos que te mandan, 300 mil bolívares ; el precio de un parto, se encuentra alrededor de los 500 millones de bolívares, unos 1000 dólares, ¿quién puede pagar eso hoy en día?», se pregunta indignada, Isabel, quién reclama que la situación cotidiana es una realidad que toca a todos por igual, independientemente de tener más recursos o no.
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A estas complicaciones, se le une el hecho de que no hay efectivo: «Vas al banco y te lo tienen tan restringido, de tal manera, que hay que hacer una fila gigante para pedir lo que necesites, y si necesitas 150 mil bolívares, que no es ni un dólar, no te lo dan, te dicen, hoy estamos dando nada más 20 mil, 30 mil, 50 mil, y a veces te lo dan en unos billetes que son tan de baja denominación, que los comercios no los aceptan porque no les sirven ni un poquito».
Los ejemplos se desbordan en cada calle, en cada esquina: desde ver a niños hurgando en la basura, múltiples protestas, saqueos por comida, matar una vaca a pedradas para comer, hasta casos de desnutrición severa, que según la ONG Acción Solidaria amenaza a dos millones de personas.
-«Exilio obligado»-
Fruto de este panorama desolador que nos relata Isabel es que decidieron salir de Venezuela, “queremos ofrecerle lo mejor a nuestro hijo y hoy día lo mejor no está en este país». De esta forma, en un mes abandonará su país al que tanto ama y partirán rumbo a España : «determinamos estar en un país donde puedes cruzar la calle sin miedo, e ir a comprar a la farmacia o al supermercado de enfrente de tu casa y tener lo que necesitas, derechos básicos.»
Sin gráficas ni análisis: el «exilio obligado», como la propia Isabel lo llama, se convierte así en la imagen más clara de la crisis económica: La urgencia actual de los venezolanos por cruzar las fronteras es un cambio de patrón en una tendencia migratoria de varias generaciones. Durante las últimas dos décadas, cientos de miles de venezolanos, algunos estiman que la cifra alcanza los dos millones, han emigrado, en una tendencia que se ha acelerado en los últimos años durante la gestión de Maduro.
-«Aquí definitivamente, no se puede vivir»-
«Vivimos momentos dolorosos, angustiantes, como todos los venezolanos hoy día, pero ya no estamos dispuestos a seguir viviendo este tipo de situaciones y arriesgándonos…Aquí definitivamente, no se puede vivir: no es una vida normal ni tranquila, ni lo que uno se merece, busca, ni quiere, así que hoy en día no estamos dispuestos, nos cansamos, pues», dice Isabel, quien, triste, señala que lo que más quisiera es poder vivir en su país.
Lo que más le impulsó a marcharse es el hecho de pensar que empezaba a instalarse en ella esa especie de «pobreza mental»: «Yo me siento a veces mal, simplemente por querer vivir un poco mejor, por querer ver a niños que no estén comiendo de la basura, sino jugando en el parque, por querer comprarme un kilo de harina pan que cuesta 300 mil bolívares, y me siento mal porque puedo hacer el esfuerzo en comprármelo, pero sé que el de al lado que hace fila junto a mi no sé lo puede comprar. Ya uno se llega a sentir mal de querer cosas básicas, que son salud, alimentos, un techo, electricidad en mi casa. He llegado a sentir que estoy errada en pensar que necesito algo mejor y que no le estoy siendo agradecida a la vida con lo que tengo, y cuando llegué a este punto me dije: «esto no tiene sentido, porque eso son los elementos básicos que una persona debe tener para vivir».
Al preguntarle si dejaría Venezuela con la esperanza de que algún día podría regresar, Isabel asegura que “las esperanzas siguen puestas en que Venezuela vuelva a ser el país que era antes, pero sabemos que para eso el camino por recorrer es largo y fuerte en ese sentido, decidimos no arriesgar la vida y tranquilidad de nuestro bebé para esperar ese cambio.”