Fuiste raptado y casi asesinado. Pero en tu libro suenas muy calmado.
– He procesado y aceptado lo que pasó. Toma tiempo, pero los amigos y los parientes me ayudaron en eso.
¿Fuiste al sicoanalista?
– No. No es lo mío.
Estuviste en Norte de Santander, una región colombiana en la que, de acuerdo a los expertos, es mejor no visitar. ¿Por qué fuiste allá?
– Preguntamos a la policía, al ejército y a los conductores de la compañía de arriendos de autos sobre la situación. Nadie nos dijo de forma clara que no debíamos ir ahí. De hecho, el último secuestro ahí ocurrió hace un año.
¿Supiste inmediatamente qué era lo que estaba pasando cuando te secuestraron?
– Al principio, pensamos que las personas que nos tenían estaban locas. Pero después escuchamos la palabra “guerrilla”, y ahí entendimos qué estaba pasando.
¿En qué momento temieron más por sus vidas?
– Sabía que el ELN, la guerrilla que nos raptó, no era lo mismo que las Farc, pero también sabía que nos podían matar con frialdad. Le pregunté al comandante si es que nos iban a disparar. Y él dijo que no. Después pensé: son guerrilleros. ¿Qué valor tienen sus palabras? Aún así, el miedo no duró mucho más. Volvió cuando estuvimos en mitad de la selva. Fuimos perseguidos por el ejército que nos estaba buscando. Y nuestros secuestradores se fueron rápidamente hacia lo más espeso de la selva. Estuvimos siempre resbalándonos, cayéndonos, colgándonos de ramas y lianas, y nos costó mucho no caer por los barrancos. “Mátenme, nunca voy a sobrevivir a esto”, decía yo. “No gimotees”, era la respuesta. Era insano. Me rompí cinco costillas en una caída.
¿Supiste qué querían hacer con ustedes?
– Tratamos de obtener información, pero los secuestradores no decían nada. Eventualmente, un comandante nos dijo que seríamos llevados a un lugar seguro. La gente miraba mucho fútbol ahí, y en la televisión vimos programas sobre nuestro secuestro. Después de dos días, escuchamos que íbamos a ser liberados.
¿Qué pasó después?
– Me volví loco y hacía bromas. “Te voy a venir a visitar de nuevo para tomar una cerveza”, le decía al comandante. “Serás muy bienvenido”, respondía. Luego anduve en un jeep por un camino lleno de baches con mis costillas rotas durante ocho horas. En cierto punto estaba tan cansado –no habíamos dormido en dos días– que me escuché a mí mismo diciendo incoherencias y bromeando mientras le contaba mi historia a todos. Después de eso, caí en un profundo sueño.
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En el último párrafo de tu libro hay lágrimas, y escribiste que eso era un pensamiento tranquilizador. ¿Qué quisiste decir con eso?
– Empecé a escribir este libro después de haber leído un diario que mi ex esposa tuvo durante los cinco días del rapto. Me di cuenta de que habían sido días duros para mis hijos y mis padres. Sicológicamente debe haber sido más difícil para ellos que para nosotros. Sabíamos que no nos habían arrojado muertos a una fosa común, pero en casa no tenían idea de nosotros. Eso me afectó mucho. Con “pensamiento tranquilizador” quise decir que no soy tan impasible como a veces creo.
¿Cómo está Eus?
– Para él fue más difícil que para mí. Porque él tiene una esposa y un hijo pequeño. Pero ahora está bien. Hemos vuelto a ir a Colombia. Es un gran país.